Respuesta a la crítica del Grupo Krisis

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Valor, trabajo, tiempo – Respuesta a la crítica del Grupo Krisis a la contabilidad  del tiempo de trabajo

No nos enfrentamos entonces doctrinalmente al mundo con un nuevo principio: ¡Aquí está la verdad, aquí arrodíllate! Desarrollamos nuevos principios para el mundo a partir de los principios del mundo.
(Karl Marx)

Hace unas semanas, Julian Bierwirth, del grupo teórico Krisis, dio una conferencia sobre el reciente debate sobre el cálculo del tiempo de trabajo y sometió esta idea a una crítica fundamental.1 Para ello, se basó explícitamente en la concepción del cálculo del tiempo de trabajo desarrollada por el Grupo de Comunistas Internacionales (GIK) en sus Principios básicos de la producción y distribución comunistas y también defendida por nosotros. La cuenta del tiempo de trabajo se considera una alternativa a la economía monetaria, que a primera vista parece simpática, pero que tiene similitudes estructurales con el fetichismo de la sociedad capitalista productora de mercancías. Además, se afirmaba que una economía basada en el tiempo de trabajo ni siquiera podría superar la separación de las actividades reproductivas («trabajo de cuidados») de las denominadas productivas que es habitual en el capitalismo. Por último, también se problematizó el modelo de empresas productivas, a las que se supone una relativa autonomía, especialmente en lo que se refiere a la elaboración de planes, ya que sigue favoreciendo -como en el capitalismo- la externalización de costes que se repercuten en la sociedad. Nos gustaría comentar estos tres puntos a continuación. Aunque el ponente declaró que no quería dar ninguna ponderación a sus tres puntos de crítica según la importancia temática o la relevancia, el primer punto de crítica (el fetichismo) ocupó claramente el mayor espacio de la ponencia. Esto no es de extrañar, ya que la crítica del valor y del fetichismo es, en última instancia, el «campo especial» del grupo Krisis. Dado que la crítica del valor se basa en una comprensión específica de la crítica de la economía política de Marx, esta parte será también la más detallada del texto aquí. Nos gustaría aprovechar este punto en particular para hacer algunas consideraciones metodológicas sobre Das Kapital de Karl Marx y sobre la concepción materialista de la historia en su conjunto, y profundizar un poco más. También aquí los otros dos puntos quedarán probablemente rezagados de nuevo, aunque consideramos que la cuestión de la reproducción en particular es extremadamente importante. Lo que aquí sólo se aborda brevemente tendrá que ser objeto de una discusión teórica aparte.

El estatuto del trabajo abstracto

Desde que Robert Kurz, cofundador del grupo Krisis, escribió su ensayo Trabajo abstracto y socialismo2, el concepto de trabajo abstracto desarrollado por Marx en el primer capítulo de El Capital ha estado en el centro de la crítica del valor. Puesto que, según Marx, el trabajo humano abstracto, como sustancia de valor, constituía el valor de la mercancía, y puesto que la forma mercancía de los productos, o la socialización a través del valor, es considerada por los críticos del valor como el momento central del modo de producción capitalista, para ellos trabajo abstracto y capitalismo son también comúnmente la misma cosa. Julian Bierwirth lo expresó varias veces en su conferencia diciendo que la socialización vía trabajo es ya un problema fundamental. En su ensayo de entonces, Robert Kurz todavía reconocía con perspicacia el estatus ambiguo del trabajo abstracto en El Capital, que ya fue objeto de un debate en su momento, basado sobre todo en los estudios de Isaac Rubin sobre la teoría del valor de Marx, en el que participaron, entre otros, Hans-Georg Backhaus y Dieter Wolf. Fue sobre todo Backhaus quien llamó la atención sobre el problema de una mediación insuficientemente realizada de trabajo abstracto, valor y forma de valor (valor de cambio) en el primer capítulo de El Capital. A continuación, Robert Kurz consideró que en realidad debe haber dos formas distintas de valor: Por un lado, el valor, como la forma en la que se expresa el trabajo social total; por otro lado, la forma de valor, como la aparición del valor en el valor de cambio (dinero). En este contexto, Kurz habla de la forma de valor en primera y segunda potencia. La interpretación común de Marx ha resuelto mayoritariamente el problema integrando inmediatamente el trabajo abstracto como sustancia de valor en el valor de cambio como forma de valor, lo que imposibilita una consideración crítica del valor per se.

La respuesta de Kurz consistió en aferrarse al valor (la primera forma de poder del valor) y examinar con más detalle su relación con el trabajo abstracto. Al hacerlo, llamó la atención sobre el carácter completamente ambiguo del trabajo abstracto en el texto principal de Marx: por un lado, era trabajo «en el sentido fisiológico»3 como puro gasto de «cerebro, nervio, músculo, órgano de los sentidos, etc.»4, es decir, trabajo como una especie de potencia natural del hombre, que por tanto estaba presente en todas las sociedades. Por otro lado, hay pasajes en los que Marx deja inequívocamente claro que el trabajo abstracto es una forma organizativa del trabajo que sólo se da bajo la producción capitalista de mercancías, como el siguiente pasaje:

«Esta división del producto del trabajo en cosa útil y cosa de valor sólo tiene efecto práctico tan pronto como el intercambio ha adquirido ya suficiente extensión e importancia como para que se produzcan cosas útiles para el intercambio, de modo que el carácter de valor de las cosas entra ya en consideración en su producción misma. A partir de este momento, el trabajo privado de los productores adquiere de hecho un doble carácter social. Por una parte, en tanto que ciertos trabajos útiles, deben satisfacer una determinada necesidad social y acreditarse así como miembros del trabajo total, del sistema natural de la división social del trabajo. Por otra parte, sólo satisfacen las múltiples necesidades de sus propios productores, en la medida en que cada tipo particular de trabajo privado útil es intercambiable con cualquier otro tipo de trabajo privado útil, es decir, es equivalente a él.»5

Julian Bierwirth también parece entender el trabajo abstracto en esta dimensión, ya que igualmente entiende la cuenta del tiempo de trabajo como un sistema de trabajo privado que se relacionaría entre sí en forma de trabajo abstracto en los certificados de trabajo, pero sobre esto hablaremos más adelante. Robert Kurz resuelve ahora también esta ambigüedad del trabajo abstracto a favor de este segundo significado históricamente específico: Marx, como pensador histórico por excelencia, no podía haber querido decir este mero significado fisiológico-natural con su determinación del trabajo abstracto, ya que éste era sólo una banalidad antihistórica bastante general, sino que lo entendía como una «generalidad SOCIAL [subrayado en el original] o determinación de la forma» y como tal era «únicamente un fenómeno histórico de la producción de mercancías». Según Kurz, esta determinación puramente fisiológica incluye también el hecho de que el trabajo es siempre una actividad con una duración determinada, en el sentido en que Marx lo formula en El Capital, que en «todas las condiciones (…) el tiempo de trabajo que cuesta la producción de alimentos debe interesar al hombre».6 Kurz no discute que toda economía debe ser siempre una economía del tiempo. Por lo tanto, ésta no puede ser una característica específica del trabajo abstracto. (Sin embargo, esto ya podría contradecir el hecho de que es precisamente el tiempo de trabajo el que determina el valor). Por último, también rechaza la concepción formal-social pero, sin embargo, superhistórica del trabajo abstracto de Dieter Wolf, según la cual éste sólo debería representar inicialmente una parte alícuota del trabajo total en cada sociedad.

Para Kurz, el hecho de que esta generalidad sea específicamente capitalista se muestra en el hecho de que el trabajo abstracto se independiza de los actores sociales en el valor como abstracción real, concepto que toma de Alfred Sohn-Retel. Esta independencia de la abstracción real valor culmina entonces para él en la forma irracional del dinero, como forma independiente del valor, hacia la que se orienta toda la producción capitalista, como utilización del valor. Desde ese ensayo, para Robert Kurz, y básicamente para todos aquellos que se sienten de alguna manera conectados con la crítica del valor, ha sido una conclusión inevitable no sólo que el trabajo abstracto es el principio de forma exclusivo de la producción capitalista de mercancías, sino también que el trabajo debe ser abandonado por completo como principio socializador. Esto, la independencia del valor de las personas en la producción de mercancías, es considerado generalmente por los críticos del valor como el escándalo de la socialización capitalista. La expropiación de la masa de personas de sus condiciones de producción, que se reproduce cada día, la alienación resultante de las personas de sus propias actividades sociales, así como la explotación del trabajo por el capital, que sólo está limitado en sus posibilidades técnicas por el físico humano, en resumen: la determinación y la dominación ajenas se consideran fenómenos derivados de esto y no pocas veces subordinados.

En Abstrakte Arbeit und Sozialismus (Trabajo abstracto y socialismo), Robert Kurz todavía mantenía la perspectiva, en relación con las determinaciones de Hegel sobre lo general, de que el trabajo tendría que ser sustituido por su organización abstracta-general bajo el capital por una forma de organización concreta-general, que «contuviera la riqueza de los muchos trabajos útiles especiales, la totalidad real del trabajo social ‘en sí mismo’ y no se separara de él». Pero no queda mucho de esta dialéctica negativa del trabajo, de la que el propio Marx seguía siendo bastante consciente cuando describió el proceso de producción capitalista como una unidad no idéntica del proceso de trabajo y el proceso de utilización, en las publicaciones posteriores de la crítica del valor. Allí, trabajo, trabajo abstracto, trabajo privado y trabajo asalariado se utilizan a menudo como sinónimos. Esto puede estar justificado por el hecho de que todo el trabajo creador de valor en el capitalismo está organizado en condiciones alienadas e indignas, y que gran parte de este trabajo -desde el punto de vista del valor de uso- es también inútil y sin sentido, pero conduce a suposiciones en parte engañosas con respecto a una economía política del socialismo.

Resumamos de nuevo: Para Robert Kurz, lo característico del trabajo abstracto no es ni el hecho de que el trabajo sea un gasto de fuerzas fisiológicas con una duración determinada, ni que todo trabajo humano sea siempre también parte del trabajo social total, sino que es trabajo dirigido hacia el valor, es decir, trabajo productor de mercancías -o como dice también Marx- trabajo privado, cuyo carácter social se confirma entonces en la realización de los productos de valor creados (mercancías) en dinero. ¿Qué pasa con las «banalidades» fisiológicas del trabajo en general? Daniel Dockerill, que ha sometido Trabajo abstracto y socialismo a una crítica algo extensa, ha señalado, no sin razón, que la exclusión de los hechos fisiológicos y superhistóricos del concepto de trabajo abstracto amenaza con conducir a un mal dualismo, puesto que lo histórico y lo superhistórico ya no están mediados en el concepto.7 Robert Kurz ciertamente no habría discutido que en las épocas de las diversas formaciones sociales económicas, la historia humana y la naturaleza (humana) se configuran cada una específicamente en su unidad; incluso en sus escritos posteriores, se adhiere a la idea del «metabolismo con la naturaleza», que Marx determina como la facultad genérica elemental del hombre, que hace posible la historia en primer lugar, aunque ya no quiera llamarlo trabajo. Si se llamara a esta facultad de otra manera, por ejemplo, actividad, seguiría existiendo el mismo problema: El trabajo abstracto sería la unidad de trabajo y actividad, por lo que esta última, en la medida en que es un componente del trabajo abstracto, siempre tendría ya el carácter de trabajo.

Marx ya era consciente de este carácter dialéctico del trabajo en sus primeras reflexiones metodológicas sobre su Crítica de la economía política. Así escribe en el borrador introductorio a los llamados Grundrisse:

«El trabajo parece ser una categoría muy simple. Incluso su idea en esta generalidad -como trabajo en general- es antigua. Sin embargo, económicamente concebido en esta simplicidad, el «trabajo» es una categoría tan moderna como las relaciones que producen esta simple abstracción. (…)

Fue un tremendo avance por parte de Adam Smith desechar toda definición de la actividad productora de riqueza – el trabajo por excelencia, ni manufacturero, ni comercial, ni agrícola, sino tanto lo uno como lo otro. (…) Ahora bien, podría parecer que ésta es sólo la expresión abstracta de la relación más simple y antigua en la que los hombres -sea cual fuere la forma de sociedad- aparecen como productores. Esto es correcto por un lado. No lo es por el otro. La indiferencia hacia un determinado tipo de trabajo presupone una totalidad muy desarrollada de tipos reales de trabajo, ninguno de los cuales es ya el que todo lo domina. Así, las abstracciones más generales surgen en absoluto sólo en el más rico desarrollo concreto, donde una cosa aparece común a muchas, común a todas. Entonces deja de poder pensarse sólo en forma especial. Por otra parte, esta abstracción del trabajo en general no es sólo el resultado intelectual de una totalidad concreta de trabajos. La indiferencia hacia el trabajo particular corresponde a una forma de sociedad en la que los individuos pasan con facilidad de un trabajo a otro y el tipo particular de trabajo es accidental para ellos, por lo tanto indiferente. Aquí el trabajo se ha convertido, no sólo en categoría, sino en realidad, en el medio de crear riqueza en general, y ha dejado, como destino, de estar entretejido con los individuos en una particularidad. Tal condición está más desarrollada en la forma de existencia más moderna de las sociedades burguesas: los Estados Unidos. Aquí, pues, la abstracción de la categoría «trabajo», «trabajo en general», trabajo sans phrase, punto de partida de la economía moderna, sólo se hace realidad en la práctica. La abstracción más simple, pues, que sitúa a la economía moderna en la cima y que expresa una relación secular válida para todas las formas de sociedad, sólo aparece prácticamente verdadera en esta abstracción como categoría de la sociedad más moderna».8

El trabajo es aquí, por un lado, una abstracción de la mente que subsume las diversas actividades humanas en las diferentes épocas históricas bajo un solo concepto. Como tal, es una abstracción extremadamente formal que tiene escaso valor científico y que, precisamente en lo que respecta a una conceptualización de la historia humana, requiere necesariamente su especificación, tal y como hizo entonces Marx en su caracterización de los diversos modos de producción europeos (esclavitud, feudalismo, capitalismo). Por otra parte, según Marx, tal abstracción mental sólo es posible si el trabajo ya está organizado socialmente de tal modo abstracto -si es abstracción real-. Sólo a través de la división capitalista del trabajo y el intercambio de los diversos trabajos parciales con dinero se convierte en «prácticamente cierto» que todas las actividades humanas tienen ciertas determinaciones formales en común:9 pero éstas son precisamente las cualidades fisiológicas aparentemente banales del trabajo, como examina Marx con más detalle en el capítulo sobre el proceso de trabajo. Como tales, sobre la base del modo de producción capitalista, siempre han estado ya organizadas por el proceso de utilización, pero no se han extinguido. Al contrario, es precisamente aquí donde entran en consideración los aspectos fisiológicos del trabajo, pues de lo contrario la teoría del valor carecería de toda base racional. Al fin y al cabo, es el tiempo de trabajo el que, según Marx, debe determinar la cantidad de valor. Así pues, el trabajo abstracto -como insistió acertadamente Robert Kurz- es históricamente específico, pero siempre en el sentido de que opera sobre esta base fisiológica -y bajo determinadas relaciones sociales de producción, las capitalistas. Dockerill lo formula acertadamente de la siguiente manera:

«El valor, determinado como objetivación del trabajo abstracto, es en primer lugar sólo aquel contenido del valor de cambio, la forma-determinación específica de la mercancía, que se considera independientemente de la forma. Por tanto, este contenido no es históricamente especial en sí mismo, sino sólo en la medida en que es el momento determinante de la forma históricamente especial de la mercancía, más precisamente de su valor de cambio. El hecho de que en la mercancía existan determinaciones que, consideradas abstractamente por sí mismas, muestren un carácter históricamente inespecífico, es decir, general abarcador, no le quita nada de su particularidad, sino que sólo muestra que ella misma es un producto histórico perteneciente a una historia humana… «10

Aquí, en relación con el trabajo abstracto, Dockerill vuelve a señalar decisivamente la diferencia entre sustancia de valor y forma de valor, que hace superflua la distinción entre forma de valor de la primera y de la segunda potencia, lo que dificulta más que facilita el acceso a la comprensión del análisis de la forma de valor en El Capital. Pues tal distinción sugiere que el valor aún podría aparecer bajo otra forma que la del valor de cambio. Sin embargo, el trabajo humano abstracto, como sustancia del valor, no tiene apariencia en sí mismo y, por tanto, aparece necesariamente como algo distinto de lo que es, a saber, como una tercera mercancía que expresa su objeto de valor frente a las demás mercancías porque se considera igual a ellas como producto del trabajo humano. El valor sólo puede aparecer en el valor de cambio; la mercancía debe necesariamente duplicarse en mercancía y dinero. Robert Kurz también asume naturalmente la necesidad de esta duplicación, pero esta duplicación tiene lugar porque las mercancías son productos del trabajo privado y deben demostrar primero su generalidad como parte del trabajo social total en el mercado. Los valores se realizan en precios de mercado o de producción que se desvían de ellos. Por lo tanto, la conexión entre mercancía y dinero, entre valor y precio, sólo puede entenderse en la progresión de la representación teórica del capital. Por muy importante que haya sido para la recepción de Marx fuera de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero de la época dar cuenta del estatus de las categorías en el primer capítulo de El Capital, es un error detenerse en el primer capítulo, en la consideración de la mercancía individual, y construir toda una cosmovisión sobre ella.11

Lo mismo puede verse en la comprensión del llamado trabajo privado, que, según Marx en el primer capítulo, es un requisito formal previo para que los productos del trabajo adopten en absoluto la forma de mercancías. Por último, Julian Bierwirth afirma que también se presuponen estructuralmente en el cálculo del tiempo de trabajo del GIK. ¿Qué ocurre con estos trabajos privados en el capitalismo? En ningún caso se da el caso de que los pequeños productores (artesanos y campesinos) intercambien sus mercancías entre sí, una idea que el propio Marx, por desgracia, tiende a favorecer en un principio, ya que da repetidamente ejemplos del trabajo artesanal y de las comunidades precapitalistas en su descripción de la «simple circulación de mercancías». Por el contrario, son las grandes empresas capitalistas las que poseen el verdadero poder de disposición y control sobre las condiciones de producción, las que ponen constantemente en circulación nuevas masas de mercancías para realizar sus valores o la plusvalía producida por los asalariados dependientes explotados. A la inversa, la estructura de estas relaciones de producción capitalistas presupone naturalmente que existan en primer lugar dependientes asalariados, es decir, una masa de personas que están separadas de estas condiciones de producción y, por tanto, también privadas del control sobre la producción de riqueza. Marx dedicó un capítulo aparte a este proceso histórico, la llamada acumulación originaria en Inglaterra, para recordarnos la violencia con la que este nuevo modo de producción llegó al mundo. No se trata de una abreviación jurídica de un Marx que sigue completamente atrapado en las ideas del movimiento obrero, como piensa Bierwirth en referencia a la idea de Friedrich Engels de un cálculo del tiempo de trabajo, ¡sino de una idea central de la teoría social marxista! Cuando Marx habla de propiedad (privada) en este contexto, no se refiere principalmente a la forma jurídica que han adoptado estas relaciones de producción, sino a la forma de apropiación real o expropiación del producto social y de las condiciones en las que se produce. El hecho de que los productos adopten la forma de mercancías y, por tanto, de objeto de valor, es el resultado cotidianamente reproducido de estas relaciones de producción, no su condición previa.

Puesto que Robert Kurz nos instruye agradecido en su ensayo sobre el estatus de los conceptos hegelianos en El Capital de Marx, habría que añadir aquí que la arquitectura sistemática de los tres volúmenes de El Capital se adhiere estrictamente al precepto de Hegel de la Lógica de que razón y consecuencia se invierten en la representación lógica: Lo complicado se deriva de lo simple, pero lo complicado es al mismo tiempo el fundamento de lo simple, del que es sólo un momento.12 Así, Marx deriva el dinero de la mercancía y el capital del dinero, pero en el curso de la exposición se hace evidente que la mercancía y el dinero son sólo modos de aparición del capital, capital mercancía y capital dinero. Cuando escribe al principio de su libro que la riqueza en las sociedades en las que prevalece el modo de producción capitalista aparece como una inmensa colección de mercancías, entonces se presupone tácitamente el modo de producción capitalista plenamente desarrollado. Pero en qué consisten las características de este modo de producción debe mostrarse entonces en el curso de la exposición. En este sentido, términos como trabajo abstracto o trabajo privado forman primero un marco muy formal en el que el valor de una mercancía individual ideal13 debe presentarse de forma plausible, sin tener que presuponer el conocimiento del lector sobre el proceso capitalista en su conjunto. La medida en que el trabajo abstracto se organiza como trabajo total, y el trabajo privado como parte de este trabajo total, y la medida en que el tiempo de trabajo socialmente medio se produce realmente por el movimiento de la competencia, es omitido deliberadamente por Marx en este punto. Por eso es tan importante reintroducir estas premisas. Esta dialéctica es olvidada por aquellos que quieren ver al Marx esotérico, crítico-fetichista, claramente divorciado del Marx exotérico, que mueve el trabajo. Entonces el fetichismo de la mercancía se convierte en la causa de la alienación y ya no se reconoce como una consecuencia de la alienación social real, a saber, la separación de los productores de las condiciones objetivas de su reproducción; entonces uno puede exigir la abolición de todo el trabajo, pero la pregunta siempre permanecerá abierta: ¿quién producirá mi comida o mis muebles, quién se ocupará de mi ropa sucia si no lo hago yo mismo?

Trabajo abstracto y cálculo del tiempo de trabajo

Volvamos ahora al punto de partida de la investigación, es decir, a la cuestión de si la cuenta del tiempo de trabajo, tal y como la concibe la GIK, reproduce estructuras fetichistas análogas a las del capitalismo; si los trabajos dentro de dicha sociedad basada en el tiempo de trabajo se relacionan entre sí como trabajos privados. Julian Bierwirth parece suponerlo porque la GIK parte inicialmente de empresas productivas individuales que tienen autonomía de planificación. Este punto de partida es inevitable si no hay una autoridad central de planificación cuasi gubernamental que dicte tanto a los productores como a los consumidores. En lugar de ello, deberían organizarse en empresas y cooperativas de consumo y administrarlas ellos mismos a través de comités de empresa. Ahora bien, podría dar la impresión de que la estructura fabril fragmentada, tal como se encuentra dentro de la división social del trabajo en el capitalismo, no se suprime en absoluto, sino que se mantiene, y que las fábricas siguen compitiendo entre sí, en el sentido de que cada fábrica debe acumular suficientes certificados a través de sus ventas para poder reproducirse.14 Pero esto no es exactamente así. Aunque las empresas productivas forman unidades relativamente independientes dentro de la economía socialista, son, desde el principio, empresas socializadas organizadas en cooperativas, en las que el trabajo social se lleva a cabo directamente, lo que se pone de manifiesto al examinar más de cerca el procedimiento de planificación. En los planes, que las empresas individuales elaboran a partir de los datos de producción ya existentes (utilización, jornada laboral normal, ventas/demanda), se pone de manifiesto qué parte del tiempo de trabajo total tiene o tendrá su trabajo. Presentan estos planes al departamento de contabilidad pública, donde se comprueba su validez y, en su caso, se aprueban. Una vez aprobados, se abonan a las empresas las horas que necesitan para obtener la cantidad de insumos de producción y mano de obra indicada en sus planes. A continuación comienza la producción y los bienes producidos se distribuyen a las cooperativas de consumidores. Allí, los consumidores pueden canjear estos bienes por los certificados de trabajo que han recibido en su empresa. Hay que señalar que aquí no hay intercambio (aunque sí para el conjunto de la sociedad), porque los certificados caducan en el momento en que se canjean. Ni son propiedad de las cooperativas de consumo, ni pasan a las empresas productivas. Simplemente caducan porque se ha producido la transferencia socialmente prevista. En este sentido, los certificados no tienen ningún objeto de valor independiente; ni se pueden intercambiar, ni acumular, ¡ni circulan!

Como ya se ha dicho, las explotaciones individuales no dependen de los certificados de los consumidores para reproducirse. Se reproducen exclusivamente a través de los planes que presentan. Por supuesto, en este contexto puede ocurrir que las explotaciones hayan producido demasiado o demasiado poco de los productos que necesitan. Las cooperativas de consumidores se lo comunicarían. En su siguiente ciclo de planificación, tendrían que corregir sus planes en consecuencia. Una vez efectuada la corrección, nada se opone a la aprobación de un nuevo plan. Esto es lo que significa la economía planificada descentralizada: los planes son elaborados con pericia por quienes no sólo tienen más experiencia en los procesos de producción, sino que también se ven directamente afectados por ellos. Estos planes pueden ser vistos y controlados por el conjunto de la sociedad a través de la contabilidad pública. La contabilidad no debe entenderse como un aparato estatal-burocrático de violencia, sino como un depósito de información con cuya ayuda pueden tomarse decisiones políticas. Es un aparato designado por la sociedad, es decir, no es la contabilidad pública la que controla las empresas, sino que es la sociedad la que controla las empresas y, por tanto, a sí misma a través de la contabilidad. En el fondo, esto también pondría fin a la crítica de Julian Bierwirth de que las empresas individuales tendrían la oportunidad de externalizar los costes a través de su estructura aislada. Porque, en primer lugar, siempre existe la posibilidad del control público y, en segundo lugar, la supervivencia de las explotaciones no está ligada principalmente a criterios de eficiencia y productividad, sino de racionalidad. La eficacia, en el sentido de ahorro de recursos de transformación, y la mayor productividad, en la medida en que ello reduzca el trabajo desagradable, pueden formar parte de esta racionalidad, pero los intereses de los productores y la viabilidad de sus planes son decisivos. Por supuesto, la mala gestión siempre puede darse en casos individuales, pero no es intrínseca a la economía porque ésta no se basa en la competencia, sino en la cooperación y el control, en lugar de suponer un comunismo con personas moralmente sanas. Esta cooperación y este control tienen lugar sobre la base de una unidad de cálculo transparente, el tiempo de trabajo, que no sólo tiene en cuenta el hecho fisiológico de que todos los productos son productos del trabajo humano, sino también el hecho antropológico de que la vida de todo ser humano es limitada.

Esto nos lleva a la objeción más importante de Julian Bierwirth a la cuenta del tiempo de trabajo, a saber, la llamada restricción del trabajo. Porque, por mucho que se encuentre en la versión de la crítica del valor aquí presentada, e incluso si pudiera aceptar que los certificados de trabajo no son dinero debido a su falta de objetividad de valor, presumiblemente seguiría planteando la crítica de que sigue siendo el trabajo realizado individualmente el que determina la cuota de bienes de consumo de las personas. De hecho, la vinculación del consumo individual al rendimiento individual es el punto de partida del concepto de la GIK, aunque en el curso del desarrollo tanto técnico como moral de la humanidad, se prevé que el principio del rendimiento quedará abolido con la transferencia de las empresas productivas al sector público, cuyos bienes y servicios pueden obtenerse sin el canje de certificados de trabajo, es decir, sin contraprestación. Para ello, la GIK ha introducido el factor de consumo individual (FIK), en el que el insumo de trabajo necesario para las empresas públicas se compensa con el trabajo total, con lo que es posible determinar en cada hora de trabajo individual la proporción de trabajo que se asigna al sector público. Si un tercio del trabajo total se emplea en el sector público, el FIK se sitúa en torno a 0,67, es decir, cada trabajador recibe 0,67 asignaciones por una hora de trabajo. Incluso en la GIK está previsto ampliar cada vez más el sector público y dejar que el FIK se hunda hacia 0, pero la rapidez y el modo en que sea posible la derogación del principio de rendimiento sigue abierta y debe decidirla en última instancia la propia sociedad. No se trata aquí de la cuestión principal. Porque, innegablemente, la idea de rendimiento sigue siendo inherente al punto de partida del concepto.

Sin embargo, esto tiene, por un lado, razones objetivas necesarias y, por otro, razones eminentemente políticas. La razón objetiva es que todo lo que puede consumirse debe producirse primero. Por muy humana que sea en cada caso individual la opinión de que la participación en la riqueza social no debe tener nada que ver con los propios logros, sería errónea si se aplicara a la especie o a la sociedad en su conjunto. En efecto, desde el punto de vista de la especie, resulta evidente que siempre hay que realizar toda una serie de trabajos para que la sociedad pueda mantener su nivel material y cultural, por no hablar de ampliarlo, y siempre se plantea la cuestión de quién realiza este trabajo. El mecanismo de los certificados individuales de trabajo proporciona un mecanismo de control descentralizado para ello, que al mismo tiempo pone en relación las cantidades de la oferta y la demanda. En las sociedades capitalistas, los mercados de mercancías cumplen una función de asignación descentralizada muy similar, pero aquí el tiempo de trabajo incorporado a los productos sólo se expresa de forma muy indirecta. En cualquier caso, el equilibrio de la sociedad en su conjunto es secundario, ya que los mercados sirven a las empresas privadas para obtener beneficios. Los excedentes o la escasez de productos sólo se ponen de manifiesto a posteriori, cuando aumentan o disminuyen las tasas de beneficios. Dentro de la cuenta del tiempo de trabajo, la planificación social se organiza mediante la transferencia de certificados y, al mismo tiempo, se posibilita una amplia libertad de elección individual y flexibilidad en el comportamiento del consumidor. O como escribe la GIK: «La determinación del tiempo de trabajo como medida del consumo no es más que una medida técnicamente necesaria para poder consumir y producir de acuerdo con la planificación».15 En cualquier momento queda claro si los productos producidos son realmente necesarios y si se ha gastado suficiente mano de obra en determinados productos o clases de productos para cubrir la demanda social, sin tener que realizar previamente cálculos macroeconómicos a gran escala para determinar con exactitud la producción y la demanda totales, sobre los que la GIK se muestra escéptica con razón. Esto no sólo se debe al hecho de que calcular tales cantidades para millones de personas parecía en aquel momento una pura imposibilidad, sino también a que tal cálculo podría ser una expresión de la alienación social entre las autoridades de planificación, los productores y los consumidores. En este caso, productores y consumidores volverían a ser objetos de la planificación, no sus sujetos.

Esto nos lleva también a las razones políticas que pueden haber motivado a la GIK a vincular rendimiento y consumo: Si hay que trabajar mucho para mantener y aumentar la riqueza de la sociedad, este trabajo debe repartirse más o menos equitativamente entre todos los que pueden trabajar. En términos marxianos, esto significa que no debe haber más trabajo (extra) del que se apropien los de fuera y, si hay que hacer trabajo extra, al menos debe ser visible y comprensible para todos. En cualquier caso, la dominación y la determinación externa deben ser imposibles y para ello es necesario organizar el trabajo de forma transparente. El hecho de que el control del rendimiento también pueda ser útil sólo se entiende, por supuesto, si se parte de la base de que la explotación sigue siendo un grave problema de las sociedades capitalistas. Para Julian Bierwirth, sin embargo, el problema parece ser muy distinto. El problema es que las personas se relacionan entre sí a través del trabajo privado individual y sólo pueden reproducirse de este modo. Sigue sin estar claro si el trabajo privado se entiende como trabajo productor de mercancías dirigido al valor de cambio; esto sería una definición del trabajo privado derivada del lado del producto, como también se hizo aquí en el texto anterior. Pero es de esperar que esto ya quedara suficientemente invalidado por la prueba de que los certificados de trabajo no tienen precisamente ningún objeto de valor. O entiende el trabajo privado como análogo al trabajo asalariado, en cuyo caso los certificados de trabajo sustituyen al salario, pero siguen determinando y limitando la participación del productor en el consumo. En este caso, la parte del productor estaría más en primer plano. Esto, sin embargo, daría al concepto de trabajo privado un significado que no puede deducirse fácilmente de su uso concreto en el análisis de la forma de valor, donde todavía no se tiene en cuenta el lado del productor. En nuestra opinión, el concepto abstracto de trabajo privado debería ser precisamente el marcador de posición de esta exclusión provisional. Sin embargo, parece haber indicios de que Bierwirth toma el concepto de trabajo privado en este sentido: Critica el aislamiento que resultaría de la distribución de certificados de trabajo a los trabajadores individuales por sus respectivas actividades. Los trabajadores no tendrían ningún interés real en sus respectivas actividades, sino que sólo las realizarían para obtener los certificados, que no serían más que gratificaciones que les darían derecho al consumo individual. En sí misma, esta situación tendría grandes similitudes estructurales con las relaciones de trabajo asalariado alienado del capitalismo. Sin embargo, esto pasa por alto el punto importante de que los productores ya no se enfrentan a la empresa meramente como un poder extraño, sino que gestionan la empresa ellos mismos, participan activamente en la configuración de la vida de la empresa y, por lo tanto, también tienen que elaborar los planes de producción por su cuenta. La alienación en el trabajo se suprime gracias a la autogestión. Hay, por así decirlo, colectivismo democrático en la producción e individualismo y liberalidad en el comportamiento del consumidor, con la restricción, por supuesto, de que determinados productos ya no se fabrican desde el principio porque cuestan a la sociedad demasiados recursos, son social o ecológicamente incompatibles y cosas por el estilo. De este modo, lo que algunos llaman la reconciliación del individuo y la sociedad adquiriría por primera vez un contenido más concreto y se despojaría por fin de la dudosa consagración de un filosofema meramente abstracto-regulador. Además, es precisamente el principio de que cada hora de trabajo cuenta por igual, lo que incluye también el trabajo desagradable, lo que hace que la sociedad desarrolle procedimientos para distribuir equitativamente este trabajo, o para sustituirlo por la tecnología. La igualdad en la remuneración garantiza así que ésta no sea una mera gratificación de actividades arbitrarias, sino un instrumento para la distribución transparente del trabajo. Esto permite ver quién ha asumido qué tareas y hace imposible cualquier forma de explotación.

Cálculo y reproducción del tiempo de trabajo

En este contexto, resulta por tanto especialmente sorprendente que Julian Bierwirth haga referencia al ensayo de Heide Lutosch «Wenn das Baby schreit, dann möchte man doch hingehen» (Cuando el bebé llora, quieres ir allí)16 en su segundo punto de crítica a que el cálculo del tiempo de trabajo siga reproduciendo la separación de las actividades reproductivas de las productivas. En su ensayo, Heide Lutosch critica las ideas sobre el comunismo que suponen que el trabajo de cuidados está sujeto a una «lógica completamente diferente» a la del trabajo industrial o los servicios. Por el contrario, insiste en que el trabajo asistencial -independientemente de sus momentos afectivos- debe entenderse en primer lugar de forma totalmente no mistificada como un trabajo físicamente agotador que también debe registrarse socialmente, organizarse y, en caso necesario, racionalizarse en consecuencia. Aboga por analizar «racionalmente» «el trabajo asistencial con sus aspectos afectivos y no afectivos y examinar los aspectos no afectivos por su cuantificabilidad (subrayado por el autor.), colectivizabilidad, automatizabilidad y digitalizabilidad». ¿De qué manera debería tener más éxito una cuantificación de este tipo que mediante el cálculo del tiempo de trabajo desarrollado por la GIK, en el que los propios productores registran su tiempo de trabajo? También estamos de acuerdo con Heide Lutosch en que gran parte de la reproducción privada no afectiva debería retirarse del ámbito doméstico y organizarse socialmente, es decir, en forma de empresas públicas.

Además, la crítica de Lutosch se dirige sobre todo contra los conceptos utópicos que presuponen con demasiada precipitación una fusión de las esferas de la producción y la reproducción, en la que las personas negocian entonces el reparto de las cargas de trabajo y otros problemas entre sí de forma conflictiva, segura de sí misma y, sin embargo, respetuosa; en otras palabras, que presuponen básicamente que todo saldrá bien de algún modo. No sin razón, plantea la sospecha de que en tales utopías todos los miembros de la sociedad se presentan básicamente como varones, sanos, educados académicamente y formados en el entrenamiento de conflictos a mediados de la treintena. Pero especialmente las formas de relación, sin procedimientos regulados y transparentes, se enfrentan siempre al peligro de que el trabajo acabe siendo asumido por quienes se sienten más responsables de él – que, en lo que respecta a la reproducción, siguen siendo las mujeres. Una crítica de este tipo también podría responder a las ideas más bien vagas de Bierwirth sobre una sociedad liberada, mientras que el cálculo del tiempo de trabajo ofrecería un procedimiento para establecer la transparencia y la equidad en el reparto de tareas también en el ámbito de la reproducción.

Pero en su ensayo, Heide Lutosch también toma partido sobre todo por todos aquellos que no son capaces de trabajar en absoluto, porque son demasiado jóvenes o demasiado viejos, demasiado débiles, desfavorecidos o simplemente demasiado frágiles, y en este sentido Bierwirth también habrá entendido su texto como una crítica a un cálculo del tiempo de trabajo basado en el rendimiento. Pero el cálculo del tiempo de trabajo también tendría aquí ciertos méritos: Pues el principio propagado por la GIK, según el cual cada hora trabajada debe contar por igual, protege en primer lugar también a las personas desfavorecidas. En una economía basada en el tiempo de trabajo, las personas desfavorecidas no quedarían excluidas desde el principio de la economía y, por tanto, de la posibilidad de participar de forma significativa en la reproducción de la sociedad; su trabajo tampoco quedaría devaluado masivamente por una remuneración ridículamente baja -como ocurre hoy en los llamados talleres para discapacitados-, sino que su trabajo se consideraría entonces igual a cualquier otro trabajo realizado para la sociedad. Para ello, no hace falta nada más que estos trabajos se sometan al sistema de contabilidad pública como planes y se registren como todos los demás. No se dice aquí si es realmente necesario y deseable que toda actividad, por pequeña que sea, se registre como trabajo social. Para ello, la sociedad también tendrá que desarrollar procedimientos significativos con los que todos puedan convivir. Sin duda, esto no ocurrirá sin conflictos políticos. Sin embargo, el cálculo del tiempo de trabajo y sus principios de igualdad proporcionarían al menos un punto de partida sensato y racional para esta negociación.

Por supuesto, una sociedad así seguiría reproduciéndose a través del trabajo, lo que sin duda no agradará a Julian Bierwirth ni a los críticos del valor. Pero, ¿el trabajo realizado en una sociedad así sigue siendo trabajo creador de valor o trabajo abstracto? El argumento en contra de lo primero es que el trabajo, como hemos intentado demostrar más arriba, ya no es trabajo productor de mercancías. Mediante la planificación social, la producción de mercancías se ajusta a las necesidades sociales reales. Hablamos de una economía del valor de uso. También se intentó demostrar que los certificados de trabajo no son dinero y no tienen un objeto de valor propio. En ellos, sobre todo, se ponen en relación el trabajo realizado y el trabajo consumible. Por supuesto, al principio sigue existiendo una cierta compulsión económica muda, ya que el propio trabajo determina la cuota de consumo. Sin embargo, esto puede suavizarse paso a paso a medida que aumenta la productividad mediante la transferencia de empresas a empresas públicas. No obstante, la sociedad siempre se enfrentará a la cuestión de quién asume qué tareas -especialmente en lo que respecta a la reproducción, donde no sería deseable que el tiempo dedicado por persona disminuyera, sino que aumentara- y para ello debería haber procedimientos transparentes. Creemos que la economía planificada descentralizada basada en el cálculo del tiempo de trabajo es un procedimiento de este tipo. La crítica del valor, en su insistencia en la crítica pura, no sólo se cierra en general a estas cuestiones de forma bastante consciente, sino que también tiende a aislarse de ellas por su propio vocabulario conceptual, porque agrupa el trabajo, el trabajo abstracto y el trabajo asalariado. Pero, ¿en qué tenemos que estar de acuerdo si queremos configurar activamente una sociedad socialista?

En cuanto al trabajo abstracto, la cuestión es algo más difícil porque en él se funden determinaciones fisiológicas y determinaciones sociales concretas. Si se partiera de un concepto de trabajo abstracto, como es común entre los críticos del valor, entonces el trabajo en el cálculo del tiempo de trabajo no debería ser en realidad trabajo abstracto en absoluto. Pues ya hemos visto en el ensayo de Robert Kurz que para él el trabajo abstracto es necesariamente trabajo productor de mercancías y, por tanto, también supone una duplicación necesaria de la mercancía en mercancía y dinero. Sin embargo, queda por suponer que los críticos del valor no pueden convencerse de ello, porque se trata precisamente de la organización del trabajo en general y se supone que éste es el problema. Pero utilizando el pensamiento de Kurz, tal vez podría decirse lo siguiente: en las sociedades precapitalistas, en las que las distintas actividades siguen estando socialmente fragmentadas y también incrustadas en sus propias lógicas ideológicas de reproducción, el concepto de trabajo sigue siendo una abstracción más bien mental, mientras que se convierte en una abstracción real a través de su organización basada en el valor bajo el capital. En una sociedad socialista, en cambio, tal como la concebimos la GIK y nosotros mismos, el trabajo abstracto se organizaría según un plan como un todo concreto, aunque de forma descentralizada. Si esto sigue siendo trabajo abstracto en el sentido marxiano es una cuestión que se deja a los eruditos intérpretes del primer capítulo de El Capital.

1 https://www.youtube.com/watch?v=dPTVMYHKz1g A partir del 03.07.2023. Todas las citas del texto proceden de esta versión en línea, por lo que no se incluyen más notas a pie de página en el texto..

2 https://www.exit-online.org/link.php?tabelle=schwerpunkte&posnr=7 Stand vom 03.07.2023. Alle Zitationen aus dem Text sind dieser Onlineversion entnommen, weswegen auf weitere Fußnoten im Fortgang des Textes verzichtet wird.

3 Así escribe Marx: «Todo trabajo (subrayado por el autor) es, por una parte, gasto de fuerza de trabajo humana en sentido fisiológico, y en esta calidad de trabajo humano igual o humano abstracto constituye valor-mercancía». MEW, Vol. 23. Berlín, 2008. p. 61.

4 Ibid. S. 85.

5 Ibid. S. 87.

6 Ibid. S. 85f.

7 Dockerill, Daniel: Wertkritischer Exorzismus statt Wertformkritik. Sobre «Abstrakte Arbeit und Sozialimus» de Robert Kurz. Norderstedt, 2014. p. 79 y ss. Por desgracia, su tratado adolece de la misma tendencia a la polémica casi interesada que también aqueja a la mayoría de los textos de la crítica valorativa a la que reprende. Esto no sólo hace que los textos sean menos amenos, sino que también dificulta el acceso al contenido crucial, que primero hay que sacar de debajo de toda la polémica.

8 MEW, vol. 42. Berlín, 2015. p. 38f.

9 Por supuesto, tanto en la Antigüedad griega como en la hebrea siempre existió un concepto general del trabajo como trabajo y tormento, pero no era un concepto genuinamente económico, razón por la cual Aristóteles no se topó con el concepto de trabajo en su Política cuando investigaba lo que era conmensurable con todas las mercancías. Un caso propio son sin duda las formaciones sociales resumidas por Marx bajo el término de modo de producción asiático, en las que el trabajo altamente cooperativo era organizado a gran escala por el Estado para construir sistemas de irrigación, palacios, pirámides y similares. ¿Acaso las primeras escrituras babilónicas no eran listas de inventario de los almacenes estatales? Sin embargo, en este momento no podemos seguir debatiendo si estos modos de producción se caracterizan por una (pre)forma de trabajo abstracto y, por tanto, bastante captado.

10 Dockerill: Valor crítico del exorcismo. S. 89.

11 Entonces tal vez se desvanecería definitivamente un prejuicio tan común como persistente entre muchos críticos del valor, según el cual el capital es completamente indiferente a los valores de uso que produce. Para un capital individual dado, puede ser cierto si se explota a sí mismo para obtener un beneficio medio produciendo tanques o zapatos, pero en términos de la sociedad en su conjunto, el valor de uso vuelve a entrar en consideración. Así, Marx muestra en el segundo volumen de El Capital que siempre debe haber una cierta proporcionalidad entre los diferentes tipos de productos, que son o bien medios de producción para la industria o bien medios de consumo para el consumidor final. Esta distribución proporcional está «ciegamente» regulada en el capitalismo por el mecanismo de mercado y las tasas de ganancia, razón por la cual tiene lugar en fases cíclicas de exceso de oferta y escasez (crisis) -aparte de que, por supuesto, aquí sólo se tiene en cuenta la demanda solvente. Sin embargo, no todos los capitalistas de la Tierra pueden producir sólo tanques – la división material del trabajo y con ella la sociedad se derrumbarían inmediatamente. Ciertamente, La teoría del valor de uso de Wolfgang Pohrt apuntaba a otra cosa, a saber, la pérdida de calidad de los productos, que también correspondería a una pérdida de experiencia sensual. Y Robert Kurz también ha demostrado repetidamente en otros escritos que piensa en términos del contexto social global: su teoría de la crisis no pretende otra cosa. Pero son precisamente estos malentendidos los que muestran con toda claridad las suposiciones erróneas que pueden hacer las orientaciones teóricas que se limitan a determinados aspectos de la crítica de la economía política y pierden de vista el contexto global.

12 Hegel, G.W.F.: Wissenschaft der Logik. En: Werke, Vol. 6. Frankfurt a.M., 1986. p. 68f.

13 El propio Robert Kurz ha llamado enfáticamente la atención al respecto en su debate con Michael Heinrich. Véase Kurz, Robert: Geld ohne Wert: Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie. Berlín, 2021. pp. 167 – 191.

14 En el fondo, se trata de la misma crítica que los Amigos de la Sociedad sin Clases hacen a los comunistas de los consejos, en la línea de los situacionistas. Cf. Freundinnen und Freunde der klassenlosen Gesellschaft: Klasse, Krise Weltcommune. Hamburgo, 2019. p. 48. Quizás este ensayo ayude también a aclarar los malentendidos que allí existen. A la vista de las afirmaciones analíticas que allí se hacen sobre el estado de crisis de la economía mundial capitalista y la situación de clase resultante, su escrito es bastante acertado, pero con respecto a la «comuna mundial» es errático en el sentido habitual. Sin embargo, quien parte de la base de que la contabilidad social y el cálculo operativo no son más que una pedantería, no es en realidad un espíritu libre, sino que piensa de un modo primitivo poco común.

15 Grupo de Comunistas Internacionales (Holanda): Principios Básicos de la Producción y Distribución Comunista. Hamburgo, 2020. p. 155.

16 https://communaut.org/de/wenn-das-baby-schreit-dann-moechte-man-doch-hingehen A partir del 26.05.2023.

 

Initiative demokratische Arbeitszeitrechnung, 5 de julio de 2023

Traducción: Aníbal (Inter-Rev)